jueves, 4 de febrero de 2010

Allen Ginsberg EL AULLIDO




Yo no soy



Yo no soy una lesbiana aullando en el sótano

amarrada a una telaraña de cuero

no soy un Rockefeller sin pantalones infartándose

en la gran cama rococó

no soy un intelectual ultra estalinista marica

no soy un rabino antisemita negro sombrero

barba blanca uñas muy muy sucias

ni soy el poeta en la celda de la cárcel de San Francisco

apaleado en vísperas del año nuevo por los cobardes

lacayos de la policía

ni Gregory Corso Orpheus Maudit de estos Estados

ni ese maestro de escuela con un maravilloso salario

Yo no soy ninguno que conozca

de hecho sólo estaré aquí 80 años



Audio:Amatista
EL AULLIDO

Vi a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambreadas, histéricas y desnudas, arrastrándose al amanecer por calles de los negros, buscando una dosis de estupefacientes, furiosa, amantes de la heterodoxia con cabeza de ángel, ardiendo por la antigua conexión celestial al estrellado dínamo en la maquinaria de la noche.
Quienes pobres y harapientos, con ojos hundidos y drogados, se sentaron fumando en la oscuridad sobrenatural de los departamentos sin servicios públicos que flotan sobre las azoteas de las ciudades, contemplando el jazz.
Quienes desnudaron sus cerebros al cielo bajo el Él, y vieron ángeles mahometanos tambaleándose sobre techos de habitaciones iluminadas.
Quienes cursaron universidades con ojos serenos y radiantes alucinando con Arkansas y la tragedia de Blake-light entre los estudiantes de la guerra.
Quienes fueron expulsados de las academias por locos y por publicar odas obscenas en las ventanas del cráneo.
Quienes se acobardaron en cuartos desaliñados vistiendo sólo ropa interior, quemando su dinero en cestos de basura, y escuchando el Terror a través de la pared.
Quienes fueron golpeados en su vello púbico al cruzar por Laredo, rumbo a Nueva York, con marihuana en una faja.
Quienes comieron fuego en hoteles pintados o bebieron trementina en Paradise Alley, muerte, o purificaron sus torsos noche tras noche con sueños, drogas, con pesadillas sonámbulas, alcohol, verga, y cojones infinitos, incomparables calles ciegas de trepidante nube y relámpago en la mente saltando hacia postes de Cánada y Paterson, iluminando todo el inerte mundo del Tiempo inmediato, consistencias de Peyote de salones, árbol verde del patio trasero, amanecer de cementerios, borrachera de vino sobre las azoteas, aparadores de tiendas municipales, simple paseo bajo parpadeantes luces de neón del tráfico, sol y luna y vibraciones de árbol en el aullador invierno de atardeceres de Brooklyn, vociferación de cubos de basura y amable luz regia de la mente.
Quienes se encadenaron a sí mismos en los subterráneos del metro para el viaje sin final de Battery al santo Bronx en benzedrina, hasta que el ruido de las ruedas y los niños los derribó temblando, con la boca destruida y golpeada, miseria del cerebro con toda la lucidez exprimida bajo la triste luz del zológico.
Quienes se hundieron durante toda la noche en la submarina luz de Bickford, flotaron y se sentaron a pasar la tarde junto a la cerveza rancia en la desolada Fugazzi’s, escuchando el crujido del desastre en el tocadiscos de hidrógeno.
Quienes hablaron durante setenta horas desde el parque a la casa, al bar, a Bellevue, al museo, al puente de Brooklyn. Un batallón de conversadores platónicos bajando a saltos las escalinatas de emergencia, o por los marcos de las ventanas, luego al Empire State afuera con la luna.
Discrepando ruidosamente, gritando, vomitando, musitando hechos y remembranzas y anécdotas y miradas ofensivas y traumas de hospitales y cárceles y guerras.
Intelectos completos vaciados en total retractación por siete días y noches, con ojos brillantes, carne para la Sinagoga lanzada al pavimento.
Quienes se perdieron en la nada del Zen New Jersey dejando un rastro de ambiguas fotos tamaño Postal de Atlantic City Hall, sufriendo sudores orientales y Tangeriana molienda ósea y migrañas de China bajo síndromes de abstinencia en el escuetamente amueblado cuarto de Newwark.
Quienes rondaban constantmente en la madrugada por el patio del ferrocarril preguntándose ¿A dónde ir? Y fueron, y vinieron sin dejar corazones destrozados.
Quien encendieron cigarrillos en vagones, vagones, vagones, resonando por la nieve hacia solitarios ranchos en la noche del abuelo.
Quienes estudiaron a Plotino, Poe, San Juan de la Cruz, telepatía; y bailaron cábala porque el cosmos instintivamente vibraba en sus pies en Kansas.
Quienes fueron solitarios por las calles de Idaho en busca de ángeles visionarios indios, que fueran ángeles visionarios indios.
Quienes pensaron estar locos solamente cuando Baltimore brillaba en extásis sobrenatural.
Quienes abordaban limusinas con el chino de Oklahoma bajo el impulso de la medianoche invernal, alumbrado público, lluvia pueblerina.
Quienes holgazaneaban hambrientos y solitarios en Houston buscando jazz, sexo o sopa, y persiguieron al Brillante Español para conversar sobre America y la Eternidad, en una tarea sin esperanza, y así tomaron un barco hacia Africa.
Quienes desaparecieron entre los volcanes de México sin dejar nada, sólo sombra de estercoleras, lava y ceniza de poesía desparramada en la chimenea de Chicago...
Quienes reaparecieron en la Costa Oeste investigando a la F.B.I, con barbas y pantalones cortos, con grandes ojos sexuales y pacifistas en su oscura piel, repartiendo folletos incomprensibles,
Quienes hicieron agujeros en sus brazos con cigarrillos encendidos protestando por la niebla narcótica del Capitalismo.
Quienes distribuyeron panfletos Spercomunistas en Union Square llorando y desvistiéndose mientras las sirenas de los Alamos deprimían, y deprimía Wall, y el chalán de Staten Island también deprimía.
Quienes rompieron a llorar en blancos gimnasios; desnudos y temblorosos ante la maquinaria de otros esqueletos.
Quienes mordieron el cuello de los detectives y gritaron con júbilo en autos policíacos, por no haber cometido otro crimen que no fuese su salvaje guiso pederasta y su intoxicación.
Quienes aullaron de rodillas en el metro subterráneo al ser arrastrados fuera del techo, agitando genitales y manuscritos.
Quienes permitieron ser sodomizados por santurrones motociclistas y aullaron de júbilo.
Quienes mamaron y fueron mamados por aquellos serafínes humanos, los marineros, caricias del amor Atlántico y Caribeño.
Quienes se encorvaron en la mañana y en las tardes en los jardines de rosas, en la hierba de los parques públicos y en los cementerios, derramando su semen libremente en quien llegase.
Quienes tuvieron interminables ataques de hipo al tratar de reír nerviosamente, pero terminaron con un sollozo detrás de un tabique en un Baño Turco, cuando el ángel rubio desnudo vino a perforarlos con una espada.
Quienes perdieron a sus amantes por las tres harpías del destino y la harpía tuerta del dólar heterosexual, la harpía tuerta que guiña desde la matríz y la harpía que no hace otra cosa que sentarse en su trasero y cortar las intelectuales hebras doradas del telar del artesano
Quienes copularon extáticos e insaciables con una botella de cerveza, un novio, una cajetilla de cigarrillos, una vela, y se cayeron de la cama, y continuaron por el suelo y a lo largo del pasillo y terminaron desmayándose en la pared con una vision del coño máximo y arribaron eludiendo el último cebo de conciencia.
Quienes endulzaron las rendijas de un millon de chicas temblorosas en el ocaso, y anduvieron con los ojos rojos por las mañanas, pero preparados a endulzar la rendija de una salida del sol, mostrando las nalgas bajo establos, y desnudos en el lago.
Quienes se fueron a putear a Colorado en miríadas de autos robados, N.C., héroe secreto de estos poemas, garañón y Adonis del júbilo de Denver, en memoria de sus inumerables folladas con chicas en lotes vacantes y comederos en patios traseros, cines, hileras de tejabanes desvencijados, en las cumbres de las montañas, en cuevas, o con raquíticas meseras, en familiar orilla del camino, solitarias subidas de falda, y especialmente la secreta estación de gasolina, solipsismos de juanes y callejones pueblerinos también.
Quienes desaparecieron en interminables películas sórdidas fueron transformados en sueños, despertaron en un súbito Manhattan, y se levantaron de los sótanos con una resaca del cruel Tokay y con los horrores de los sueños férreos de la Third Avenue para encontrarse con las oficinas de desempleo.
Quienes caminaron toda la noche con sus zapatos llenos de sangre sobre los diques que almacenan nieve, esperando que se abriera una puerta en el East River hacia un cuarto lleno de vapor caliente y opio.
Quienes crearon grandes dramas suicidas en el departamento de los acantilados del Hudson bajo el foco azul de la luna en tiempos de guerra, sus cabezas serán coronadas con el laurel del olvido.
Quienes comieron el guisado de cordero de la imaginación o digirieron la jaiba del cenagoso fondo de los ríos de Bowery.
Quienes lloraron el romance de las calles con los carritos llenos de cebollas y música mala.
Quienes se sentaron en cajas, respirando en la oscuridad debajo de un puente, y se levantaron para construir clavicordios en sus desvanes.
Quienes tosieron en el sexto piso de Harlem coronados con llamas, bajo un cielo tubercular, rodeados por cajas de naranjas de teología.
Quienes garrapatearon toda la noche, meciéndose y rodando sobre elevados encantamientos, los cuales, en la amarilla mañana eran estrofas de un galimatías.
Quienes cocinaron animales podridos, pulmones, corazón, patas, cola borshot y tortillas, soñando en el reino vegetal limpio.
Quienes se arrojaron sobre camiones de carne buscando un huevo.
Quienes arrojaron sus relojes desde el techo para dar su voto por la Eternidad fuera de Tiempo, relojes de alarma cayeron sobre sus cabezas cada día por la siguiente decada.
Quienes se cortaron las muñecas tres veces sucesivamente sin éxito, se rindieron y fueron forzados a abrir tiendas de antiguedades cuando pensaban que envejecían y lloraban.
Quienes fueron quemados vivos en sus inocentes trajes de flanela en Madison Avenue, entre explosiones de plomados versos y el borracho estruendo de los regimientos de hierro de la moda, y chillidos de nitroglecirina de la mentira promocional, y el gas mostaza de los inteligentes y siniestros editores, fueron alcanzados por los taxis ebrios de la Realidad Absoluta.
Quienes saltaron del puente de Brooklyn, esto realmente sucedió, y se perdieron en el anonimato y el olvido en la fantasmal confusion de sopa callejonera del Barrrio Chino y camiones contra incendio, y ni siquiera una cerveza gratis.
Quienes cantaron desde sus ventanas por depresión, cayeron de las ventanas del metro, saltaron en el sucio Passaic, saltaron sobre negros, lloraron a lo largo y lo ancho de la calle, bailaron descalzos sobre vasos de vino rotos, rompieron discos fonográficos de nostálgico jazz alemán Europeo de los 1930’s, se terminaron el whiskey y vomitaron gimiendo en la ensangrentada taza del baño, quejidos en sus oídos, y estallidos de colosales silbatos de vapor.
Quienes se introdujeron en las carreteras del pasado a viajar para visitarse mutuamente en sus hotrod-Gólgotas, en la contemplación de la soledad carcelaria o la encarnación de Jazz en Birmingham.
Quienes manejaron setentaidós horas por despoblados para averiguar si yo había tenido una visión o él había tenido una vision para encontrar la Eternidad.
Quienes viajaron a Denver, quienes murieron en Denver, quienes volvieron de Denver y esperaron en vano, quienes cuidaron a Denver y cavilaron y se aislaron en Denver y finalmente fueron a encontrar el Tiempo, y ahora Denver está solitario para sus héroes.
Quienes cayeron de rodillas en catedrales sin esperanza orando por la salvación mutua, luz y pechos, hasta que el alma les iluminó los cabellos por un segundo.
Quienes desgastaron sus mentes en la cárcel esperando a criminales imposibles de doradas cabezas y con el encanto de la realidad en sus corazones mientras cantaban dulces blues a Alcatraz.
Quienes se retiraron a México a cultivar un habito, o a Rocky Mount a ofrendar a Buda, o a Tánger a los muchachos, o a Southern Pacific a la locomotora negra, o a Harvard a Narciso, a Woodlawn a la cadena de margaritas o la tumba.
Quienes demandaron sanidad en los jurados acusándolos de radio hipnotismo y fueron dejados con su insanidad, en sus manos, y un jurado dividido sin veredicto.
Quienes arrojaron ensalada de papas a los conferencistas de Dadaísmo en CCNY, y subsecuentemente se presentaron ellos mismos en los escalones de granito del manicomio, con las cabezas rapadas y un discurso arlequinesco de suicidio, demandando lobotomía instantanea, y se les prescribió a cambio completa nulidad de insulina, Metrazol, electricidad, hidroterapia, psicoterapia ocupacional, terapia pingpong y amnesia.
Quienes en protesta solemne voltearon con las patas para arriba solamente una mesa simbólica de pingpong, descansando brevemente en catatonia, volviendo años después evidentemente calvos, excepto por una peluca de sangre, y lagrimas y dedos, a la visible fatalidad del loco de los custodios de los pueblos insanos del Este, de Pilgrim Sate, de Rockland, y de los fétidos salones de Greystone, discutiendo con los ecos del alma, meciéndose y rodando en la banca de la soledad de medianoche, reinos-dolmen de amor, sueño de vida en una pesadilla, cuerpos convertidos en piedra tan pesada como la luna, con una madre finalmente ******, y el último libro fantástico lanzado desde la ventana del departamento, y la última puerta cerrada a las 4. A.M. y el último teléfono lanzado contra la pared en contestación, y el último cuarto amueblado, despejado hasta la última pieza mental de amueblado, un papel amarillo se levantó torcido en un colgador de alambre en el closet, y todavía eso imaginario, nada más que una pequeña promisoria migaja de alucinación, ah, Carl, mientras tú no estas a salvo, yo no estoy a salvo, ahora tú estás realmente en la sopa animal total del tiempo, y quienes por lo tanto corrieron a través de calles congeladas obsesionados con un destello repentino de alquimia, del uso del elipse, de catálogo, de medida, y de plano vibrante.
Quienes soñaron e hicieron reencarnados espacios en el Tiempo y el espacio, al través de imágenes yuxtapuestas, y atraparon el arcángel del alma entre 2 imágenes visuales y unieron los verbos elementales y establecieron el nombre y el guión del sentido juntos, brincando con la sensación de Pater Omnipotens Aeterna Deus para recrear la sintaxis y la medida de la humilde prosa humana, se paró frente a ti maravillado e inteligente, temblando con vergüenza, rechazando pero a la vez confesando abiertamente el alma para adaptarse al ritmo del pensamiento en su cabeza desnuda e infinita, el vagabundo enajenado y el ángel marcan a tiempo, desconocido, pero aún esbozando aquí lo que podría quedar por decir en el tiempo que vendrá tras de la muerte, y se levantó reencarnado en las fantasmales ropas de jazz, en el dorado cuerno de la sombra de una banda, y sopló sufriendo de America el desnudo pensamiento amoroso entre un eli eli lamma lamma sabacthani grito de saxofón que estremeció las ciudades hasta el último radio con el absoluto corazón del poema de la vida arrancado de sus propios cuerpos, buenos para comer mil años.

¿Qué esfinge de cemento y aluminio partió sus cráneos y devoró sus sesos y su imaginación? ¡Moloch! ¡Soledad! ¡Suciedad! ¡Fealdad! ¡Papeleras!
¡Inalcanzables dólares! ¡Niños llorando bajo las escalinatas! ¡Muchachos gimoteando en los ejércitos! ¡Ancianos llorando en los parques! ¡Moloch! ¡Moloch! ¡Pesadilla de Moloch el cruel juez del hombre! ¡Moloch la incomprensible prisión! ¡Moloch cruz de huesos desalmada cárcel del Congreso de infortunios! ¡Moloch cuyos edificios son la sentencia! ¡Moloch la inmensa piedra de guerra! ¡Moloch los estupefactos gobiernos! ¡Moloch cuyo pensamiento es absoluta maquinaria! ¡Moloch cuyos dedos son diez ejércitos! ¡Moloch cuyo pecho es dínamo de caníbal! ¡Moloch cuyo oído es una tumba humeante! ¡Moloch cuyos ojos son ventanas de mil ciegos! ¡Moloch cuyos rascacielos están de pie en calles largas como infinitos Jehovás! ¡Moloch cuyas fábricas sueñan y graznan en la niebla! ¡Moloch cuyas chimeneas y antenas coronan las ciudades! ¡Moloch cuyo amor por el petróleo y la piedra es infinito! ¡Moloch cuya alma es electricidad y bancos! ¡Moloch cuya pobreza es el espectro de un genio! ¡Moloch cuyo destino es una nube de hidrógeno sin sexo! ¡Moloch cuyo nombre es Mente! ¡Moloch en quien yo tomo asiento, solitario! ¡Moloch en quien yo sueño! ¡Ángeles! ¡Insano Moloch! ¡Soplavergas en Moloch! ¡Faltadeamor y faltadehombría en Moloch! ¡Moloch quien entró en mi alma temprano! ¡Moloch en quien yo estoy consciente sin un cuerpo! ¡Moloch quien me sacó espantado de mi natural éxtasis! ¡Moloch quien yo abandono! ¡Despierta Moloch! ¡Luz surgiendo del cielo! ¡Moloch! ¡Moloch! Departamentos Robot! ¡Invisibles suburbios! ¡Esqueleto de tesoros! ¡Capitales ciegas! ¡Industrias demoníacas! ¡Naciones espectrales! ¡Manicomios invencibles! ¡Vergas de granito! ¡Bombas monstruosas! ¡Ellos se quebraron las espaldas levantando a Moloch al cielo! ¡Pavimentos, arboles, radios, toneladas! ¡Levantando la ciudad al cielo el cual existe y está en todas partes con nosotros! ¡Visiones! ¡Presagios! ¡Alucinaciones! ¡Milagros! ¡Arrobamientos! ¡Cayendo en el río Americano! ¡Sueños! ¡Adoraciones! ¡Iluminaciones! ¡Religiones! ¡El cargo entero del buque es mierda sensible! ¡Descubrimientos! ¡Al río con ellos! ¡Maromas y crucifixiones! ¡Llevados por la riada! ¡Alturas! ¡Epifanías! ¡Angustias! ¡Diez años de alaridos animales y suicidios! ¡Mentes! ¡Amores nuevos! ¡Generación insana! ¡Pérdida en las rocas del tiempo! ¡Real y sacra risa en el río! ¡Lo vieron todo! ¡Los ojos salvajes! ¡Los sagrados gritos! ¡Y se despidieron! ¡Saltaron del techo! ¡A la soledad! Diciendo adiós! ¡Portando flores! ¡Al río! ¡A la calle!

¡Carl Solomon!
Estoy contigo en Rockland
donde tú estás más loco que yo,
Estoy contigo en Rockland
Donde te debes sentir muy extraño,
Estoy contigo en Rockland
Donde tú imitas la sombra de mi madre,
Estoy contigo en Rockland
Donde has asesinado a tus doce secretarias,
Estoy contigo en Rockland
Donde tú ríes de este invisible humor,
Estoy contigo en Rockland
Donde ambos somos grandes escritores usando la misma horripilante máquina de escribir,
Estoy contigo en Rockland
Donde tu condición se ha puesto seria y es transmitida en la radio,
Estoy contigo en Rockland
Donde las facultades del cráneo ya no admiten a los gusanos en los sentidos,
Estoy contigo en Rockland
Donde tú bebes té de los pechos de las solteronas de Utica,
Estoy contigo en Rockland
Donde tú bromeas con los cuerpos de las enfermeras, las harpías del Bronx,
Estoy contigo en Rockland
Donde tú gritas en una camisa de fuerza: que estás perdiendo el juego del presente pingpong del abismo,
Estoy contigo en Rockland
Donde tú golpeas en el piano catatónico del alma, es inocente e inmortal, nunca debería morir impío en un manicomio armado,
Estoy contigo en Rockland
Donde cincuenta terapias de shocks más, nunca volverán de nuevo tu alma a su cuerpo, desde su peregrinaje por la cruz en el vacío,
Estoy contigo en Rockland
Donde tu culpas a tus doctores de insanidad y de maquinar la revolución socialista Hebrea contra el Gólgota nacional fascista,
Estoy contigo en Rockland
Donde tú divides los cielos de Long Island y resucitas tu humano Jesus viviente de la tumba sobrehumana,
Estoy contigo en Rockland
Donde hay veinticinco mil camaradas locos, todos juntos cantando las estrofas finales del Internationale,
Estoy contigo en Rockland
Donde abrazamos y besamos a los Estados Unidos que tosen durante toda la noche y no nos dejan dormir,
Estoy contigo en Rockland
Donde despertamos electrizados de la coma por los rugientes aviones de nuestras propias almas, sobre el techo. Han venido a lanzar angelicales bombas, el hospital se ilumina, imaginarias paredes se derrumban,
Oh, enjutas legiones corren hacia fuera, Oh, el brillante estrellado choque de misericordia, la eterna guerra está aquí, Oh, victoria, olvida tu ropa interior, somos libres,
Estoy contigo en Rockland
En mis sueños, caminas remojado desde un viaje marítimo por la carretera a través de America, en lágrimas hasta la puerta de mi cabaña en la noche Occidental

Allen Ginsberg

Irwin Allen Ginsberg (3 de junio de 1926 – 5 de abril de 1997) fue un poeta beat estadounidense nacido en Paterson, New Jersey.

Enlace entre el movimiento beat de los años cincuenta y los hippies de los años sesenta, compartió amistad con, entre otros, Jack Kerouac, Neal Cassady, William S. Burroughs, Patti Smith, Gregory Corso, Herbert Huncke, Rod McKuen y Bob Dylan.

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